Una de las actividades agrícolas que más se ha abandonado en mi pueblo, en el interior de la Comunidad Valenciana, es el cultivo de la huerta. En su máximo esplendor llegó a tener una extensión de 800 almudes y hasta principios de este siglo todavía contaba con su Comunidad de Regantes. En contraste con la huerta valenciana, por nuestro clima tan duro, aquí se hacía solamente una plantación anual.
Era costumbre guardar de un año para otro las simientes, y así se ha conseguido mantener algunas variedades locales de legumbres y verduras.
Se ponían unas hojas de laurel para evitar que las legumbres se apolillasen. Las leguminosas han sido un sustento en la alimentación mediterránea desde tiempos memorables, y más en estos pueblos modestos y precarios. Habían bajocas (alubias) de ramillo llamadas Pilaricas, ruleras, de color de carne, peronas, que le debe el nombre a Evita Perón, de la Virgencilla (en alusión a la Virgen del Remedio de Utiel) y así un largo sinfín de variedades antiguas.
De los pimientos verdes se sacaban sus simientes cuando se ponían rojos y se dejaban secar para plantar al año siguiente. O de las acelgas y espinacas que se les dejaba espigar. Los nabos, las zanahorias, la remolacha, las coles, las berenjenas. “Había de todo, y en abundancia, y nos sobraba para comer”
Otro de los sustentos era, y es, la patata. Aquí se compraba la simiente y se troceaba. La recolección de la patata era lo más agradecido, cuando pasaba el macho y tras los arados salían esos montones de patatas.
En cuanto a los ajos se cogía una cabeza entera de ajos secos de donde brotaban unos diez o doce dientes. Los ajos se dejaban luego secar en la cámara o en el corral. Las cebollas se rijaban y salían cuatro o seis tallos.
Espero que pronto salgamos de esta reclusión y volvamos a disfrutar de la huerta, abandonada o no, sigue teniendo un olor especial.
Más fotos en ©Albertina Torres
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Precioso post!
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