Si repasamos la historia de la pesca fluvial de Cantabria, aparte de las truchas, anguilas y los mules, que eran de dominio público, el salmón tuvo un protagonismo importante, que a diferencia de los anteriores, se realizaba en los mejores pozos o piélagos y estaba reservada a quien ostentaba el derecho a poder realizar tal pesca o regalías salmoneras, siendo sus titulares las villas de la costa, los monasterios, y los grandes señores, siguiendo una tradición que se remontaba a la Edad Media. Esta situación dio origen a innumerables pleitos entre los pueblos, el principal motivo era que los piélagos se situaban en los tramos bajos de los ríos, evitando que los salmones pudieran ascender río arriba a las zonas libres. Los utensilios y mecanismos de pesca comprendían, más que el anzuelo actual, redes, nasas y empalizadas o presas que eran las causantes, en su mayor parte, de evitar el remonte de los salmones.
Famosos fueron los pleitos entre la Abadía de Santillana, que controlaba los piélagos de la zona de Puente Arce (recordad que pertenece al ayuntamiento de Pielagos, y de ahí su nombre) con el Valle de Toranzo, o los vecinos de Pechón y Pesues con la villa de San Vicente de la Barquera. Coincidió la abolición de los privilegios de pesca con la decadencia de producción de salmones, conservada tantos siglos gracias a la regulación de estas mismas prerrogativas.
Se ha dicho y escrito en más de una ocasión, que era tan abundante el número de salmones que los criados forzaron a sus señores a que no les diesen salmón en las comidas más de dos o tres veces por semana, aludiendo a la indigestión que les generaba. Como historia queda muy bien, y hasta curiosa, pero opiniones tan autorizadas como la del médico e historiador santanderino Pedro Jusué Mendicouague (1911-1996) en su libro “Las Regalías Salmoneras. Noticia histórica sobre la pesca del salmón en Cantabria”, fechado en 1953, llega a la conclusión de que todas estas noticias no dejan de ser leyendas sin base alguna. Otros autores coinciden con su apreciación. El hecho de que el salmón fue tantos años más abundante que ahora es indudable, pero los citados historiadores cuestionan que fueran tan numerosos y, mucho menos, tan asequibles como para ofrecerlo de rancho a clases poco opulentas.
De hecho, quedan claras las contradicciones. El salmón era un producto nada barato y muy apreciado por las clases adineradas, nobleza o incluso por la corte, como lo prueban los pleitos sobre derechos de pesca o las duras sanciones a los furtivos. Y tales afirmaciones coinciden con el detalle, de que el gastrónomo, poeta y articulista catalán Josep Cruset (1912-1988) confeccionó un menú exquisito, en el cual incluía el salmón del río Deva a la parrilla, con salsa Royal, aconsejando que se acompañase por un vino del Rin.
Otro detalle de que salmón ha sido predilecto de sibaritas y de gustos delicados: “Me han contado que cuando yo tenía cinco años y me preguntaban qué era lo que más me gustaba del mundo, respondía: “El salmón ahumado y Bach” (ahora, sesenta años después, mi respuesta sería la misma). “El tío Tungsteno: recuerdos de un químico precoz” (2001), Oliver Sacks (1933-2015).
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Curiosísimo Gabriel, muchas gracias, en especial la parte de los pleitos de la Abadía de Santillana.
En cuanto a la segunda parte del post, hay una zona de Aragón en la que toda la vida se ha dicho, cuando el precio de algo es elevado, la siguiente expresión: “Esto es más caro que el salmón”
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