Ubicación: Carrer d'Aragó, 95
Barcelona (Barcelona)
España
Código Postal: 8015
Teléfono: 932260667
Horario: Sábados noche y Domingos, cerrado
Menciones: Recomendado Repsol
Tipo de cocina: Actualizada, Catalana, y Tradicional
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Web: https://restaurantecanvalles.com/
Precio estimado: 50,00€
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Pura Barcelona. Se trata de un restaurante tan conocido en ciertos ambientes barceloneses como desconocido fuera de ellos. Está al margen del circuito foodie y olvidado por las guías (una triste recomendación de Repsol es todo lo que he encontrado). Y eso que está en plena calle Aragón, en la parte baja L’Esquerra de l’Eixample, en una zona alejada del bullicio pero semi-céntrica.
Como no podía ser de otra manera por lo comentado, fui de la mano de un amigo barcelonés de los de toda la vida y de su encantadora esposa, que no es barcelonesa pero sí catalana, es más, de 8 apellidos catalanes, tú. Años llevaba hablándome mi amigo del caneló de peu de porc de Can Vallés, y yo es que no veía el momento de ir, se me hacía la boca agua, y por h o por b, el tema se retrasaba. Pero llegó el día, tres años después llegó el día, y llegué por los pelos, ya que salimos tardísimo de casa, que estrés de viaje. “A ver si ahora que por fin tenemos la reserva con nuestros amigos, no vamos a llegar…” Pese al tremendo tráfico en la autopista (la A7 ya no es una autopista, desde que la han liberalizado es una autovía de tráfico pesado, hay más camiones que coches, yo creo que tardas menos por carretera), llegamos a cenar, tarde, pero llegamos.
Nos reconfortó sobremanera la sonrisa con la que nos recibieron nuestros amigos y la calma y hospitalidad con la que lo hizo Pedro, el jefe de sala. “No hay ningún problema, estáis ya aquí, sentaos y cenad tranquilos, no hay ninguna prisa”. El estrés se fue de un plumazo, cómo se agradece, oye, esto apunta bien.
Pedro González y Josep Álvarez son los copropietarios, en sala el primero como apuntábamos, y en los fogones el segundo. Chico, si se llevan bien, qué mejor composición societaria para gobernar un restaurante.
El restaurante, que tiene una terraza muy agradable, estaba lleno hasta la bandera, con una parroquia de lo más chic. La sala, un rectángulo que comienza en la entrada y muere en la cocina, no es gran cosa en cuanto a diseño de interiores, no ves aquí el célebre disseny catalán que sin embargo sí ves en la ropa de los comensales (choca este aspecto), pero algo tiene que te hace sentir a gusto. Gran parte de la culpa la tiene la acertada iluminación intimista, y esos tonos beis y grises en las paredes pobladas de cuadros y fotos. Las mesas bastante juntas, y a tope, pero entre que la comentada iluminación hacía como de separador, y que la clientela es educada y conversa con alegría pero sin gritos, sientes que tienes tu espacio, ningún agobio, qué va, qué buen rollitu.
Las mesas están muy bien vestidas, manteles blancos de calidad, como la vajilla y cristalería.
Vamos a lo que vamos, ¿qué se come aquí además de los canelones? Pues en la carta lo que aprecias es cocina tradicional catalana de base, modernizada, con el añadido de ciertos platos actuales, y con sugerencias diarias de mercado.
Entre Pedro y mi amigo, confeccionaron un menú degustación a la carta, todo al centro para compartir, quedando así la cosa:
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• Tartar de atún marinado
• Carpaccio de reno ahumado
• Huevo poché con txangurro y huevas de salmón
• Canelón de pie de cerdo
• Colmenillas con crema de foie
• Langostinos con compota de tomate y aceite de pistachos
• Callos
• Canutillos rellenos de crema
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Bueno, bueno, bueno, pero qué estupendo todo, qué magníficamente cenamos.
El tartar de atún, delicioso, calidad suprema, Balfegó, y con curioso corte, a tiritas en lugar de picado, sabroso bocado; el carpaccio de reno, bien aliñado, con ese sabor tan peculiar del reno y ese sutil toque ahumado, potencia controlada; el huevo poché con txangurro, una combinación audaz, con la cama de textura cremosa, sobre ella la centolla desmenuzada, y coronando el huevo poché salpicado de huevas que explotaban en boca y daban frescor; las colmenillas con crema de foie, un escándalo, qué bien trabajan los catalanes esta seta tan singular, de nuevo con una textura cremosa sublime abajo; los langostinos fueron lo que más frío me dejó, estaban bien, pero no alcanzaban la altura del resto de pases; y los callos, de libro, bien guisados, blancos, despojados de los matices de establo, para comerte un pozal.
Capítulo aparte, cómo no, merecen los canelones de pie de cerdo. Con que os diga que superaron las altísimas expectativas creadas por mi amigo, que me había machacado durante años con los dichosos canelones, hablando repetidamente de ellos, chinchándome y enviándome fotos de los mismos cada vez que iba a Can Vallés, lo digo todo. Qué barbaridad, qué cosa más exquisita y original, no me extraña que estén tan considerados. El pie de cerdo va cortado en trocitos, no sé si lleva un hervor previo o ni eso, y se cocina dentro del canelón, sellado por el mismo, con lo que quedan jugosísimos y cero gomosos, incluso punto tirantes, recubiertos por una cremosa (de nuevo esa textura cremosa tan “Can Vallés”), ligera y envolvente bechamel “quesuna” aderezada con un brutal aceite de amanita cesárea (“ous de reig”, que le llaman los catalanes). Madre mía. Solo me dejaron comer uno, es la costumbre y estrategia de mis anfitriones para no cansarse de los mismos y desearlos vivamente, pero me recreé y regodeé bocado a bocado. La próxima vez iré sólo, sin amigos, sin mujer, sin hijas, sin testigos, y me comeré una docena. Palabrita. Pero no os lo contaré. ?
Bien la carta de vinos, correctamente dimensionada y con referencias elegidas con conocimiento. Íbamos de blanco, por lo que comenzamos con un fresco y ecológico Indígena 2019 garnacha blanca de Parés Balta, D.O. Penedés, para seguir in crescendo con un blanco más serio, con enjundia, graso y envolvente, dada su fermentación en barrica y su crianza sobre sus lías, Abracadabra 2018 garnacha blanca y macabeo de Trossos del Priorat, Priorato D.O.Q. Buenas recomendaciones de Pedro.
Y hablando de Pedro, de Pedro González, decir que es un profesional como la copa de un pino, qué gusto da que te atienda alguien con ese oficio, ese criterio y ese saber estar. Chapeau, tanto para él como para su equipo. Qué trato.
No me extraña que tengan el restaurante siempre lleno y con clientes fieles y habituales (se notaba que conocía a la mayoría de la clientela, como decía, muy cool), con esa cocina, esa atención en sala y ese precio… Imbatibles.
No te dejes engañar, tras la pulcritud, humildad y sencillez del local y los propietarios, se esconde un restaurante de muuuuuuchos quilates.
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