“El estilo es el hombre” Georges Louis Leclerc, conde de Buffon.
Ahora que amanece, que llevo un batín borgoña, que la última resaca (trescientas sesenta y cinco al año) solo es un charco frío en la garganta que hace no tanto reflejaba palabras bailando desde el naranja hasta el ocre, desde esta hora que blinda en la fachada la pequeña posición del día que olvidaremos; donde cabe la belleza, el silencio, donde arrepentirse es no haber entendido nada, hasta otra mañana en este mismo en punto del reloj.
Ahora que tengo (tenemos) el azul del vino en el corazón, guiño un ojo y con el anular tieso, el pulgar a modo de martillo, apunto a la alegría; este año, es decir hoy, es decir aún: Palmeri Navalta, La filosofía del vino y un hilván de besos en el cuello un día cualquiera de una mujer mitad gato mitad pensamiento. Un vino, un libro, un beso.
“Siguiendo el método artesanal que se utiliza en Sicilia, tras las fermentaciones controladas durante un mes más o menos, pasó ocho meses en las grandes tinas de roble y otros ocho en las barricas de roble de 220 litros. Después ha estado, como mínimo, otros ocho meses en botella.”
Bodegas posibles, Palmeri Sicilia, que caben en la palma del terruño (Tabuenca) ni cerca ni lejos pero siempre hay que ir. Nava Alta, ese color incendio, con el baile apache de su carne quieta en el tronco de la vid, cambiando de luz los hemisferios, el opaco misterio de una garnacha dura, cordial. Honesta. 15,5 grados de equilibrio y cosas bien hechas.
Un libro, La filosofía del vino, Béla Hamvas ; una orgía de disciplina, la libertad de un hombre que ha civilizado el goce, con una mezcla en la cara de Bohumil Hrabal y Klimt y el corazón de Pla y Camba en pleno polvo con Janis Joplin. Un hedonismo de libro hecho de vino, platos, mujeres y fe; poesía y vida, la simbiosis de lo mismo que dijo Gonzalo rojas. Belleza salvaje.
Un beso. Mil.
Ahora que cada tallo del trigo que será tiene su punto de rocío, el verde es más verde contra el invierno. Me tumbo en estos campos como quien construye una casa, miro al cielo hasta ahogarme los ojos. Refugios.
Desde aquí, desde un pequeño pueblo cerca de Zaragoza, con la certeza de que el arte bien entendido salva; dos copas, un plato que suelte humo entre las miradas, voy a escribir de placer. Porque lo único que cambia de un placer a otro es la intensidad; un orgasmo solo se diferencia de un dry Martini en que el segundo muere más tarde.
De frivolidades que nos acercan a lo divino, de llevar bien un sombrero, de echarle trufa hasta a la sopa, de respetar el aceite como ese segundo creador, del café como descanso de la vida. De platos, de cristal, de tela. De sarmientos y hogares. En esta casa, Gaudaru.
Con una sonrisa sin despegar los labios. Posiblemente la única intimidad que sigue siendo elegante a medias. Voy a escribir de momentos.
De pasión, coño. De pasión porque estamos aquí para el color.
Al lío.
Sapere aude.
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Mira Marcos… 😉
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