“Yo quiero escapar de los hombres hasta después de muerto”
José Antonio Ramos Sucre
Hay vinos a los que se les acaba la piel y suceden como una mirada a la espalda de alguien que no se acaba de ir. Hay vinos perfectos como un yerno que valen lo que cuestan y encajan en las fiestas modulando la alegría. Hay vinos en todas partes con palabras terruñeras (esas en las que creció el noventayochista) y no todos vinos.
En uno oficio lleno de tontos, como dijo Bolaño (el mío), no importa el arte, las buenas ideas que antes de cubrir un siglo se apagan en un minuto, las vocingleras de los egos, el cacareo de la mediocridad. A un director de orquesta, a un maestro de ajedrez o a un escritor se les supone (tan raro hoy) no solo conocimiento del oficio; también ilusión. Bien, este Master of Wine, Norrel Robertson, hace algo más imprescindible que conocerla, la transmite. Manga del brujo, no os hablaré de rubís violáceos sino de garnacha vieja y syrah. Siempre que entro a una bodega pienso en divertirme, y en que esa diversión no tenga la cosmética de lo improvisado. Quiero la historia.
Intenso y nuestro como el romero. Completo hilván en la boca que al irse, sin esquemas, deja satisfecho.
Un vino serio que sabe propio. Y si es escuchando El cisne de Saint-Saëns me quedo.
El final de un vino, el final de un trago, tiene que abrir algo; puertas, preguntas… Dido “La universal” las crea. No diré mucho del matrimonio que concibe esta alhaja de Monsant, ya hay escrito, sino del momento de abrir inicios con una copa en silencio. No sé si como he leído es un vino modesto, sé que arrambla con fuerza y acaba respirando, como un toro, como Wagner, como las decisiones.
Así que aunque este vino no pide nada hay que darle una tarde valiente donde pensar en nosotros.
Porque a veces merecemos estar solos como un premio que venga a refundar la alegría, tras un cristal de Zalto uvas que vuelven a crecer en esa hoguera extinta tras el pecho. Heridas, como diría Agustín García Calvo, en esa promesa infundada de futuro.
El mundo ha asesinado muchas veces a este personaje que se acaba el atardecer con una copa de vino en la mano.
Así que muy de tarde en tarde me rescato, asisto al amparo de un corazón caliente que late y circula en el pecho a la temperatura exacta de un jaque mate de horas. Porque pasan cosas, así respondió Scott Fitzgerald a la pregunta de por qué bebes.
Para darme cuenta de las cosas que pasan, diría yo.
A veces, el tiempo, por mucho que entrenemos, nos obliga a tener dos caras. Una recibe guantazos con la entereza de un delator, aguanta el amor como un dique contra el Pacífico, se ocupa de lo urgente olvidando lo importante, regala apretones, le duele la espalda y ese rostro sin embargo; cómo pone muros, cómo crea vida.
El otro no es un rostro para el tiempo, es nuestro, y aunque se apague un poco; la vida en ese perfil de penumbra que sacamos en cuatro tragos; es lumbre, es hogar y notamos las manos viejas pero agarran y agradecen. De eso van Dido y Manga de brujo tan diferentes y en el fondo.
Un hombre y una mujer consigo mismos.
Marcos.
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Todo me interesa menos Bolaño, jajaj. Grande Marcos!
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