Ya de niña, regentaba con mi hermana una carnicería con chorizos y morcillas de plastilina. Solo tenía dos colores, verde y azul.No resultaba sencillo ser un perro verde. Hacía un cucurucho con un folio y echaba dentro la demanda, mientras voceaba para animar a otras clientas. También despachaba sardinas cuando nadie vigilaba las pinzas de tender.
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Miramos el otoño como el intento cobarde de que no llegue el invierno. Ese frío mordaz que nos cambia las terrazas por el sofá y la manta. Acorta el día, nos frotamos las manos, nos alzamos el cuello del abrigo hasta tener la sensación de desaparecer bajo la ropa. Porque vuelve el frío, y con él, deshacernos de la idea de los días azules. Igual que un médico se deshace de sus guantes, paciente tras paciente.
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