Hay vinos a los que se les acaba la piel y suceden como una mirada a la espalda de alguien que no se acaba de ir. Hay vinos perfectos como un yerno que valen lo que cuestan y encajan en las fiestas modulando la alegría. Hay vinos en todas partes con palabras terruñeras (esa en las que creció el noventayochista) y no todos vinos.
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Ahora que amanece, que llevo un batín borgoña, que la última resaca (trescientas sesenta y cinco al año) solo es un charco frío en la garganta que hace no tanto reflejaba palabras bailando desde el naranja hasta el ocre, desde esta hora que blinda en la fachada la pequeña posición del día que olvidaremos; donde cabe la belleza, el silencio, donde arrepentirse es no haber entendido nada, hasta otra mañana en este mismo en punto del reloj.
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