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Restaurante clásico de San Vicente de la Barquera, fue lo más de lo más y sigue teniendo su prestigio (no en vano está recomendado por la Guía Michelin 2019) aunque sobrepasado ya en nombre por otros de la plaza como Las Redes o, en otra liga, Annua. Pero oye tras 40 años en la brecha, ahí siguen, bregando.
Lo cierto es que se percibe cierta decadencia nada más entrar, incluso antes, al ver su fachada, puerta y terraza en los oscuros soportales que confieren ese delicioso tipismo a la calle Mercado.
Ambientación marinera, náutica siendo más precisos, y muy familiar, mucho, casi demasiado, aunque entrañable, como el detalle de que la última mesa al fondo, pegada a una estantería como de sala de estar, esté ocupada por la propietaria pero no comiendo, sino leyendo revistas…
La carta está, no podía ser de otro modo, centrada en frutos del mar, pero también en arroces. La familia se reivindica como pionera en la cocina del arroz con bogavante por ejemplo.
Escuchamos las sugerencias del día, echamos un vistazo a la carta y pedimos:
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Croquetas de centollo
Centollo
Calamar con huevos rotos y patatas
Bonito
—–
Cenamos muy bien: las croquetas de centollo estupendas, pequeñitas, crujientes por fuera y cremosas por dentro, los cántabros y los asturianos trabajan bien las croquetas; el centollo, no podía estar más fresco, nos lo enseñaron al sacarlo del vivero que tienen en el propio restaurante antes de cocinarlo, una delicia, la parte del changurro fue ganando consistencia y sabor conforme pasó el tiempo; el calamar con huevos rotos y patatas un manjar, nos los ofrecieron al decirnos que se les había terminado el calamar de potera, en este caso tal como nos avisaron se trataba de un calamar grande de la zona troceado y cocinado como con salsa americana, sobre unas patatas fritas con un soberbio huevo roto encima, qué mordida, qué cosa más tierna y sabrosona, qué invento; y el bonito, pues un buen bonito sin más.
El servicio, tal como anunciaba pues muy familiar. Saben mucho, tienen oficio, llevan la tira de años al pie del cañón, sobre todo los dueños (que como digo andaban por ahí y nos enriquecían con sus consejos y comentarios). Sus empleados, algunos de los cuales daba la impresión de ser familiares de los propietarios, son encantadores y dispuestos, eso sí, lógicamente un par de peldaños por debajo en cuanto a sabiduría.
Como estábamos al final, al lado de la mesa de la jefa, y en paso a cocina, no pudimos dejar de escuchar algún comentario entre ellos, en los que se percibía la familiaridad antes comentada, cordialidad y orgullo por el trabajo bien hecho. “Mira estos platos, no se han dejado ni las migas”, decía el dueño llevando los platos a cocina, a los que seguían risas de satisfacción de los cocineros. Entrañable aunque, eso sí, nada discreto y no sé si muy elegante. Depende del plan en el que vayas. A nosotros nos hizo gracia y nos provocó cierta ternura. Íbamos tres amigos de siempre, era la primera noche del Gastrocamino 2019… Empezaba bien la cosa.
Ah! Y el tema vinos pues como se esperaba, clásica, clásica la oferta pero oye, ahí teníamos ese blanquito cántabro que cada día me gusta más y que ha perdido esas acideces descontroladas de las primeras añadas manteniendo raza e impronta y que nos dio mucha vidilla: Casona Micaela 2018. Cerramos con La Planta 2017 para el bonito.
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