Ubicación: Lugar de Tox, s/n
Puerto de Vega (Asturias)
España
Código Postal: 33793
Teléfono: 985648594
Horario: Cierra lunes, martes, y las noches de los domingos.
Menciones: 2 Soles Repsol
Tipo de cocina: Asiática y Fusión
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Web: https://hotelregueirotox.com-hotel.com/es/
Precio estimado: 81,00€
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¿Conocéis algún caso de restaurantes galardonados con dos soles Repsol y ninguna estrella Michelin? Pocos, pero alguno hay, uno de ellos en el occidente de Asturias, pegadito al pintoresco pueblo de Puerto de Vega, en Tox: Regueiro.
Todo aquí es singular, desde su chef hasta su entorno, pasando, claro, por su cocina.
Lo cierto es que llegamos con muy pocas referencias, no sabíamos muy bien a qué nos enfrentábamos. Sí, habíamos leído así por encima algo tipo “cocina asturiana con influencias asiáticas”, sí, en Yume un par de días antes nos comentaron algo similar a “Diego y sus currys”… pero la verdad, yo al menos, me esperaba algo como más suave, moderadito, no tan brutal y radical como fue en realidad, ¡juer con Regueiro!
Como decía, todo es peculiar. El restaurante se encuentra en una casona de cierto estilo indiano. Parte de la misma la ocupa el restaurante, el resto un hotel de su propiedad (si lo llegamos a saber, posiblemente hubiésemos dormido aquí). Debe tener unas vistas espectaculares por lo que comentaron, tanto a los prados como al mar, nosotros fuimos de noche y nos las perdimos. Indiano, verde, sosegado, muy Asturies todo… pero cuando franqueas la puerta del restaurante la transformación es tremenda, iluminación tenue, todo maderas oscuras salpicadas por luces de neón, rojas o blancas, con frases motivacionales, esculturas de elefantes en cada rellano de la escalera… uy, uy, uy… ¿dónde nos estamos metiendo?
La zona de restaurante gourmet (abajo también tiene salas para banquetes y tal, nunca lo hubiera creído, nos lo contaron luego) está recién reformada, y nos acomodaron en la parte de la cristalera, como una terraza cubierta en alto, muy bien. Las mesas, grandes, desnudas, de color caoba oscuro.
Aquí no hay carta, hay dos menús degustación, uno largo y otro corto, y tienes que optar por uno de ellos al menos 24 horas antes, y a mesa completa, muy rígidos en este aspecto, imagino que por tema de intendencia en temporada baja (esa noche estábamos absolutamente solos). El largo se llama “Hedonista”, como me atraía… y el corto, “Diego Fernández”, que es por el que nos decantamos “consensuadamente”, creo que es la primera vez en mi vida que voy a un restaurante de nivel y no pido el largo. Pese a haberlo elegido previamente, cambiaron algún plato, con lo que el Menú Diego Fernández de la noche de autos quedó así:
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• BERENJENA
Arroz, chile kashmiri, cilantro, tamarindo
• RAVIOLI
Calamar, pil pil, ajo negro, cebollino, guindilla amarilla
• ROTI
Suquet, majado de almendras, alioli de azafrán, limón, comino
• DOSA
Bogavante, tomate masala, anacardos, yogurt griego, cilantro
• TANDOORI
Codorniz, especias, mango, chile kashmiri, vinagre de arroz, azafrán
• LECHE
Leche en texturas
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“Ess-cáaaan-da-lo, es un escándalo”… juerrrrrr qué caña, qué rock & roll, qué viveza, qué punch, qué sacudida papilar. Ufff, qué dominio de las especias exóticas, de las salsas orientales, en especial de los currys tailandeses, brutal, y nada de europeizarlos, de desbravarlos, qué dices, subiditos subiditos de intensidad y picor.
La cosa empezó como muy tranquila, con una croqueta, cortesía de la casa, de lo más académica, que estaba de miedo, pero eso, una croqueta de jamón (aunque, ojo, que esta croqueta fue declarada en Madrid Fusión 2015 “Mejor Croqueta de Jamón del Mundo”). Pero amigo, a partir de ahí… zasca tras zasca, de ajos negros, currys, masalas, chiles, cominos, guindillas… vaya, vaya, vaya. Producto local, sí (calamar, lubina, bogavante, codorniz…) pero mestizado con el más salvaje… oriente.
Al finalizar la cena tuvimos la ocasión de conocer y conversar tranquilamente con el chef, Diego Fernández, un tipo muy especial, un crack, delgado, muy alto, aire de despistado, pelo revuelto, tatuajes, locuaz, entusiasta, ambicioso, y nos hablaba de su pasión por Tailandia, por sus curry, su apuesta decidida hacia esa gastronomía. Nos enseñó su cocina, impoluta, su horno tandoori… e incluso sacó unos fondos tremendamente sustanciosos (nos los dio a probar) que tenía allá macerando, esperando a ser mezclados con los curry. Eran puro umami, una concentración muy heavy de sabor, de grasilla, de esencias… y todo, según él, se debe a la piel, repitió muchas veces ese sustantivo, “PIEL”, el secreto de sus fondos y sus currys es que la piel (ya se trate del cordero, del pollo, de la codorniz, de lo que sea) se integre al 100% en el caldo, ahí está la esencia del animal, y hay que tener oficio y paciencia para lograr la transformación de la piel en fondo, y luego en curry.
Creativo Diego… y anárquico, como se demostró en el orden de salida de los pases, nada que ver con lo establecido previamente (lo que he hecho constar arriba), así lo segundo que salió fue la codorniz (en teoría y en buena lógica, debería haber sido el último pase) y lo último, la berenjena (que en teoría y en buena lógica, hubiera debido ser el primero). ¿La razón?, pues nos dijo que le importaba un rábano, que salía a mesa lo que estaba en su punto en cocina en cada momento. Tiene su gracia, pero yo no se lo compro, hubiera preferido la secuencia predeterminada. Aunque vete a saber, porque salimos dando palmas con las orejas, ¿qué hubiera pasado si…? Yo que sé, oiga.
Bebimos bien, tenía referencias originales, cómo no, y muchas de ellas por copas, aunque aquí, con esa intensidad y esos platos tan incisivos e invasivos, el vino pasa a un segundo plano. Unas burbujitas le hubieran ido al pelo, pero no sabíamos a la bestia que teníamos que lidiar cuando pedimos: unos blanquitos por copas y luego una botella de Maldito 2019, un rico y fresco coupage de variedades locales de Valdeorras, que no fue mal.
El servicio, pues… excesivamente anodino y sigiloso, cumplían sin más, parecía que tenían miedo a que les preguntáramos, y cuando lo hicimos, titubeaban y daban largas cambiadas. Te recitaban el plato, no te voy a decir con prisa, pero casi, y desaparecían. Muy correctos, eso sí, pero ahí faltaba un jefe de sala ejerciendo, un primer espada, que te diera algo de juego, ese pedazo de restaurante lo pide a gritos.
Otra cosita que apuntar en cuanto a mejoras serían los emplatados, excesivamente uniformes (negro sobre madera) y no mantenían el nivel creativo y de duende de la cocina.
Una curiosidad: no tienen web; el hotel, sí, pero el restaurante, no… ¿¿??
Bueno, después de este pormenorizado análisis en el que he valorado pros y contras de lo acontecido esa noche, la prueba del algodón: ¿volverías? Sí, con los ojos cerrados, me chifló, para mí fue el restaurante ganador del GastroCamino 22, y, ciñéndonos solo a cocina, uno de los top 3 de todos los GastroCaminos (y van cuatro).
¡Qué grande Diegu, gallu! (lo siento, me lo han puesto a güevo) ?
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