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Sitúense. Dénia, 20:25 h. En la calle Sandunga y ante las puertas del bar Aitana una docena larga de personas aguardan silenciosamente la apertura de puertas. Llego y me sitúo el último (mis acompañantes han ido a estacionar el vehículo). Los transeúntes nos miran con curiosidad y hasta una señora se acerca a preguntar qué es lo que pasa en ese bar. Marisco y pescado muy fresco, le contesto. A las 20:30 puntualmente se abren las puertas y los clientes entran en el local y toman asiento en la barra. Hay cuatro mesas con el cartelillo de “reservado” (desconocía la opción de reservar) aunque, al final de la cena, prefiero mucho antes la barra que estar en mesa. No queda espacio para mi y, como mis amigos aún no han llegado, esperaremos al segundo turno. Sigue el silencio estremecedor. Ximo, el propietario, y su mujer (?) colocan un plato y los cubiertos frente a cada uno de los comensales de la barra y se encargan de servir las bebidas que cada uno pide, uno desde cada extremo de la barra hasta encontrarse en el centro de ella, como un ritual orquestado que se repite servicio tras servicio. Tienen el buen detalle de preguntarme a mi por la bebida, así como a otra pareja que llega tras de mi.
Inmediatamente después, empiezan a salir platos de gamba roja hervida que se colocan ante cada grupito de comensales (platos para dos, para tres…). Le seguirán platos de mejillones, de tellinas, de sepionet… Nadie pide nada. Ximo va sacando cosas y cada uno “se planta” cuando quiere. Pagan y se van. EL silencio ha cesado. Pronto el jolgorio y la conversación desenfadada se apoderan de la barra e, incluso, los diferentes clientes empezamos a interactuar entre nosotros. A la media horita logramos sentarnos los cuatro en la barra y empieza el festín:
– Gamba hervida: tamaño mediano y diverso. Magistralmente cocidas, sin pero alguno. Un pelín faltas de sal, muy poco. Ración increíblemente grande (tomaríamos unas 6/7 por persona).
– Mejillones al vapor: con una vinagreta de vinagre, valga la redundancia, como jamás había probado antes. Calibre XL y muy ricos.
– Tellinas: Muy pequeñitas, pero sabrosas. Las pipas del mar. Entretenido.
– Sepionets a la plancha: extremadamente tiernos y con la cantidad justa de “picaeta”. Deliciosos.
– Fritura de pescado: distinguimos “aladrocs”, “bacallarets” y “palaes” (boquerones, bacaladillas y…). Perfección en la fritura.
Decidimos plantarnos aquí para dejar sitio a otras personas que esperaban tras nosotros y para tomar un par de tapas más en otro local de la misma calle que solemos visitar. Vimos salir a otros comensales berberechos, hígado de rape… Acompañamos todo de múltiples cañas y una botella de Sanz Verdejo (no existe la carta, ni copas; bebimos en vaso tipo “zurito”).
Somos gente de quedar tarde a cenar y jamás habíamos conseguido cenar en el Aitana (y mira que lo habíamos intentado). Vista la experiencia, vale la pena quedar algún día bastante antes, sobretodo ahora que llega el otoño y el invierno, y acercarse a disfrutar de la experiencia “Aitana” (me permito la licencia de bautizarla así.
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Cóoomo mola eso de “plantarse”!
Oye, y si va Óscar @osancris, ¿qué pasa?
¿Cuánto fondo de armario tienen?
¿Y si no te plantas?
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Pues no llegué a comprobarlo, pero imagino que, si no te plantas tú, te planta el dueño a guantazos. Menudo carácter tiene, jajajaja
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@aurelio Así te gusta a tí, sin reserva ni ná…. Pero te tienes que currar el plantón 😉
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Pero @joseruiz aquí se refiere a plantarse en jerga lúdica de juegos de naipes…
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Cierto
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Ya sé @aurelio pretendía jugar con las palabras, entre el plantón de la cola de espera y el de decir basta.
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Ya, ya…
@antoni tú le crees o está intentando sin éxito alguno salir airoso de este trance?
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