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El bar El Trinquet es un establecimiento que cuenta con muchísima y muy buena aceptación entre los habitantes de Xàbia y que, además, ha sido merecedor de ser mencionado en la prestigiosa guía Repsol en su apartado dedicado a la gastronomía. Personalmente aún no había tenido la ocasión de rendirle la visita que, una vez hecha, me parece altamente recomendable. Se trata de un bar con trazas de gran restaurante pues todo en él (comida, bodega, servicio…) emana profesionalidad y compromiso por agradar al cliente, desde el momento de hacer la reserva telefónicamente hasta cuando sales de allí con una sonrisa de oreja a oreja.
El local sitúa en la parte alta de la población, muy cerca del núcleo histórico de Xàbia conformado por la iglesia monumental, el mercado y el entramado de calles aledañas. Dispone de una gran terraza que, dadas las bondades del clima mediterráneo, puede ser ocupada gran parte del año y una coqueta sala interior de menor capacidad pero que ha sido remodelada con gusto y que resulta acogedora y confortable.
La comida tiene un marcado corte tradicional sin concesión alguna a las tendencias internacionales que impregnan la oferta gastronómica en multitud de restaurantes ni intromisiones en la vanguardia que, en muchas ocasiones, derivan en propuestas anodinas o, incluso, repetitivas. La carta es un compendio de raciones para compartir (por aquí las llamamos tapas aunque son platos que se pueden compartir perfectamente entre tres o cuatro comensales), ensaladas, arroces y algunos platos individuales a base de carne y pescado. La despensa de la que se abastece es, en gran parte, el mar Mediterráneo aunque hay algunas raciones a base de carne como el lomo o el hígado. El producto entra siempre fresco en cocina y es así como llega a la mesa. Es por ello que, normalmente, siempre hay propuestas fuera de carta dando cabida a productos de temporada o adaptándose a la calidad del producto de mercado.
Nuestra comanda consistió en:
Bogamarins: terminología particular y creo que casi exclusiva que se usa para denominar en Xàbia a los erizos de mar. Antaño, los bares de la Marina se abastecían de pescadores locales, profesionales y amateurs, que ofrecían este producto a bajo coste. La escasez de ellos en el Mediterráneo por la sobre explotación y por la subida de temperatura de sus aguas, la popularización de los erizos en el resto de España y la eclosión de ellos en la alta cocina ha disparado la demanda y, en consecuencia, su precio. Hoy en día es Galicia la principal comunidad suministradora. Un manjar absoluto que se pada a 3,50 €/unidad.
Berberechos: Aunque la concha nos parece de un tamaño considerable, la carnaza del molusco no lo es tanto. No quiero decir con ello que fuesen pequeños, ni muchísimo menos, pero es un detalle que nos sorprendió. Excelente trato en cocina con un punto muy acertado de cocción.
Fritura de pescado: Ese día ofrecían boquerones por su notable frescura y doy fe que así fue. Excelentes. Otro dato curioso: se sirven decapitados, cosa que no suele ser habitual y que, particularmente, me priva del disfrute que me reporta la ingesta de las cabezas de los pescados con ese sabor tan particular que adquieren.
Sepia a la plancha: extremadamente tierna y con un aliño nada intrusivo a base de pimentón rojo muy diferente a la archi recurrida salsa de ajo y perejil.
Arroz negro con sepionets: una verdadera delicia. El arroz suelto, con un punto óptimo de cocción, con una leve capa de socarrat para aquellos que más les gusta, con un fondo nítido y sin esa presencia abundante de tinta “de bolsa” que sí nos encontramos en otras arrocerías, incluso en algunas de cierto nivel. Lo de los sepionets nos pareció de absoluto escándalo: su ternura, melosidad y punto mínimo de cocción. Hasta el allioli de acompañamiento estaba riquísimo. Una gozada.
No tomamos postres pues llegamos al final bastante justos. Tomamos unas cervezas y vermuts al sentarnos a la mesa y después dos botellas de vino blanco. La carta reúne suficientes referencias para un local de esta índole y todas ellas, aunque bastante conocidas, resultan interesantes y reúnen los estándares mínimos de calidad. Nos comentan además que disponen de algunas “cositas” más especiales que no están en la carta. Nos interesamos por ellas y nos dan a probar un curioso vino elaborado por la bodega valenciana Clos Cor Vi: Cimera 2020. Se elabora con uva Viognier y Riesling y se somete a una crianza de nueve meses en barrica con sus lías. A continuación tomamos otra botella de un vino bastante más conocido: Pazo de Señorans 2021 que aún anda falto de un tiempo en botella para proporcionar mayores alegrías. Servicio correcto con copas adecuadas y cambio de copas entre uno y otro. A tener en cuenta que, en el precio final, quedan reflejadas también las rondas de cafés e infusiones y una de digestivos y combinados que cerraron la comida.
Mención especial merece también el servicio por parte de todas las personas que hicieron llegar las viandas a nuestra mesa. Trato muy cercano pero respetuoso, eficacia y celeridad en el servicio de platos… mucha profesionalidad. Dos apuntes finales: el horario del bar es ininterrumpido desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche con el esfuerzo que ello conlleva y los arroces se tienen que pedir en el momento de efectuar la reserva por teléfono.
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Todo un clásico, sin duda. He estado una docena de veces, por lo menos, pero ya hace cuatro o cinco años que no visito. Me alegro de que siga en forma.
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I jo que encara no havia estat mai? Imperdonable.
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Imperdonable, sí, però subsanable. 😉
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Madre mía!
Mira que yo no suelo pedir arroz, pero amigo, tal como describes ése…. uahhhh
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