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Goldegg es un café vienés(*) diferente a los que vimos en nuestra estancia, con un puntillo decadente francamente atractivo.
Recalamos en él tras la visita al formidable Schloss Belvedere, está a menos de 10 minutos a pie del mencionado palacio, en una zona nada céntrica, en unas calles poco transitadas y con poca vida, no llegas a él si no es por alguna recomendación, como fue el caso.
Data de 1910, y como todos los cafés de Viena, tiene su historia, en este caso menos glamourosa pero no menos interesante: frecuentado en sus orígenes por trabajadores ferroviarios, sede de activistas de la resistencia francesa durante el periodo nazi, punto de encuentro de sindicalistas y socialistas revolucionarios…
De estilo art nouveau, está menos cuidado que otros cafés más céntricos que vimos, más decadente decíamos, atmósfera más canalla, bohemia. Con suelos de parqué viejo claro, paredes forradas de madera con incrustaciones más oscuras, y en dos espacios muy abiertos en forma de V, disponen pequeños conjuntitos como de reservados de mesas de mármol negro con sillones tapizados en terciopelo verde ajado, con dos billares cubiertos también de una veterana lona verde en uno de los brazos de la V.
Aquí te dan cafés, tartas, desayunos, comidas, meriendas, cenas… Nos pilló a la hora de la comida y como nos habían hablado bien, para allá que fuimos. Estaba lleno pero nos acomodaron de maravilla en uno de esos conjuntitos-reservado que comentaba.
No tienen menú del día sino “plato del día”, pero miramos la carta, poblada de especialidades clásicas de la zona, y pedimos todo para el centro:
Sacherwürstel / Curry tradicional de albóndigas vegetales / Goulash / Schnitzel / Tarta Sacher / Topfenstrudel
Las sacherwürstel (como la típica salchicha vienesa, delgada y alargada que van de dos atadas por uno de sus extremos, pero parece ser que con carne de mayor calidad) sabrosas, con mordida crunch salvaje; el curry vegetal, que es lo que más nos habían recomendado, flojete; el goulash, con buena carne, pero hubiera agradecido más sabor y el guiso más trabado; el schnitzel rico, de vacuno, me quedo con el de cerdo de Figlmüller; la Sacher normalita, de esta tarta me gusta más su historia que la tarta en sí; y el topfenstrudel, que es como una tarta de queso austriaca, como un apfelstrudel que va relleno de queso en lugar de manzana, curioso y rico.
Bebimos una cerveza austriaca grandota para empezar y calmar la sed acumulada durante las caminatas matutinas, Trumer Pils, y seguimos con vinos por copas, probamos unos agradables grüner veltliner y welschriesling (blancos), y finalizamos con un muy interesante zweigelt (tinto) con crianza.
Servicio rápido y profesional, sin el boato de otros lugares de este corte visitados.
Recomendable -por su aura, especialidades y vino local por copas- si quieres comer algo informal cuando visites el Palacio Belvedere.
(*) Los cafés de Viena son desde el año 2011 Patrimonio Cultural Intangible de la Unesco, que los define como “lugares donde se consume tiempo y espacio, pero lo único que aparece en la cuenta es el café”
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